martes, 5 de junio de 2012

.Manual para no morir de amor.


“Morir de amor, despacio y en silencio”, canta Miguel
Bosé. Y no es solo ficción ni entretenimiento musical, es
realidad pura y dura. Para muchos, el amor es una carga,
un dulce e inevitable dolor o una cruz que deben llevar a
cuestas porque no saben, no pueden o no quieren amar
de una manera más saludable e inteligente. Hay quienes
se quitan la vida o se la quitan a su pareja, y están los que
se agotan y van secándose como una árbol en la mitad del
desierto, porque el amor les pide demasiado. ¿Para qué un
amor así? Esa es la verdad: no todo el mundo se fortalece
y desarrolla su potencial humano con el amor; muchos se
debilitan y dejan de ser ellos mismos en el afán de querer
mantener una relación tan irracional como angustiante.
Hay que vivir el amor y no morir por su culpa. Amar no
es un acto masoquista donde te pierdes a ti mismo bajo el
yugo de alguna obligación impuesta desde fuera o desde
dentro.

Morir de amor no es irremediable, como dicen algunos
románticos desaforados. Las relaciones afectivas
que valen la pena y alegran nuestra existencia transitan
un punto medio entre la esquizofrenia (el amor es todo
“locura”) y la sanación esotérica (el amor todo “lo cura”).
Amor terrestre, que vuela bajito, pero vuela. Coincidir

con una persona, mental y emocionalmente, es una suerte,
una sintonía asombrosa y casi siempre inexplicable.
Aristóteles decía que amar es alegrarse, pero también es
sorprenderse y quedar atónito ante un clic que se produce
con alguien que no estaba en tus planes.
De ahí la pregunta típica de un enamorado a otro:
“¿Dónde estabas antes de encontrarte?” o “¿Cómo puedes haber existido
sin yo saberlo?”. Amar es vivir más y mejor, si el amor no
es enfermizo ni retorcido. En el amor sano, no cabe la
resignación ni el martirio, y si tienes que anularte o destruirte
para que tu pareja sea feliz, estás con la persona
equivocada.


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